jueves, 28 de mayo de 2009

Almacén "La Porteña" (Trenque Lauquen)

Ubicado en el partido de Trenque Lauquen, en el empalme de la Ruta Nacional 33 con la ciudad de 3 Lomas, fue construido en 1919 por iniciativa de un nieto político del General Justo José de Urquiza. El viejo almacén de ramos generales fue adquirido por un empleado en 1948. “Pese a las adversidades, nunca pensamos en cerrar, ya que queremos demasiado a este lugar”.

En Trenque Lauquen muchos me habían hablado del almacén La Porteña. Comentarios similares, también, habían llegado a mis oídos al recorrer la ciudad de Tres Lomas, ubicada a tan solo 15 kilómetros del viejo almacén.
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A pesar de ser un día feriado (9 de Julio), el boliche tiene sus puertas abiertas. Antes de ingresar, leo atentamente en un pizarrón, colocado a uno de los costados de la puerta principal de acceso, un aviso que anuncia cuando será la próxima misa en el paraje homónimo.
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Todo me recuerda a un tiempo histórico que nunca viví. Por un instante creo estar viviendo en el siglo pasado. Con un gesto amable, María Emilce Mangas, esposa de Edgardo Vagliente, me invita a recorrer las instalaciones de La Porteña. “Este almacén fue comprado por mi suegro en 1948, y desde esa fecha continúa en manos familiares”, comenta orgullosa María Emilce, quien, además, es catequista y delegada municipal del pequeño paraje de 5 familias.
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En 1919, la familia Madero Urquiza, propietaria de grandes extensiones de campo en la zona, y familiares directos del General Urquiza, mandó a construir un almacén para proveer de mercaderías, bebidas y objetos de campo a la región . El objetivo era crear en torno a la estación ferroviaria La Porteña un pueblo.
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Pero por varias razones, entre las que se encuentran las inundaciones, las crisis económicas y las migraciones a las grandes ciudades, el sueño de la familia Madero nunca pudo concretarse. Hoy La Porteña es un almacén, una escuela, una capilla y una vieja estación de ferrocarril cuyos galpones están en manos de la compañía multinacional Cargill.
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Como en los tiempos pasados, la mayoría de las ventas que realiza María Emilce o su esposo se registran en una vieja libreta de almacén. “El fiado es lo que nos permite competir con los grandes supermercados”, comenta Edgardo, mientras baja cuidadosamente de la escalera con una botella de licor para un cliente. “Actualmente, no es muy rentable el negocio, pero nunca pensamos en cerrar ya que eso nos dolería mucho”, relata María Emilce.
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Recados, sogas, plumeros, palas, rastrillos y faroles cuelgan de los techos, de la misma manera que lo hacen una gran cantidad de chorizos, salamines, y jamones de cerdos. Es que el piso y el techo de ladrillos de La porteña, favorecen la conservación de los embutidos al mantener fresco los ambientes.
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“La década del 60 fue la mejor época para nosotros, ya que había muchos chacareros que vivían por esta zona alquilando pequeñas héctareas, y ellos eran nuestros principales compradores”, explica Edgardo refiriéndose al mejor momento del almacén. Emilce, por su parte, confiesa que el peor año fue 1987. “Ese año además de ser triste por las inundaciones, que nos dejaron aislados, falleció mi suegro, quien antes de morir nos pidió que nunca cerráramos las puertas del almacén”.
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A Emilce, los recuerdos de su suegro le generan emoción y lágrimas. Tal vez sea porque algún día tengan que cerrar las puertas del viejo almacén, en contra del mandato familiar, ya que no tienen descendientes.
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Los sucesivos bocinazos de la locomotora estacionada frente a la estación ferroviaria La Porteña irrumpen en la tranquilidad de la tarde. En pocos minutos más partirá una formación de 35 vagones hacia el puerto de Bahía Blanca. Edgardo relata que todos los días sale una formación con cereal de la empresa Cargill rumbo al puerto, y que gracias a la multinacional hay mayor movimiento de gente en el paraje. “Debido a esto nosotros abrimos todos los días, y en el verano que hay mayor cantidad de gente cerramos cerca de la madrugada”.
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Mientras la formación ferroviaria emprende su viaje rumbo a Bahía Blanca, yo hago lo mismo pero en dirección a La Plata. Atrás dejo un pequeño paraje cargado de sueños y de proyectos familiares. En el camino no puedo dejar de pensar en Emilce y Edgardo, en sus sacrificios y aventuras, pero también en el temor de ambos: que algún día La Porteña cierre definitivamente sus puertas.
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Fuente: Juan José Pfeifauf, publicado en la web de la agencia NOVA
www.agencianova.com