Aquellos que decidan salir a pasear por los terrosos y polvorientos caminos del campo se encontrarán, seguramente en los lugares más recónditos, con una construcción emplazada en el cruce de dos caminos; esas son las viejas "esquinas". Allí, por lo general, sigue funcionando un almacén. En aquellos años en que el gaucho era el único habitante de nuestra geografía despoblada, ese establecimiento era conocido como "la esquina". Diferente y más importante que la "pulpería", era lo que conocimos luego como "el Almacén de Ramos Generales".
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"La esquina" era el comercio más importante de la campaña, era lugar de aprovisionamiento, era lugar de encuentro, de solución para ciertos problemas y punto de llegada del correo y las noticias que tanto se esperaban. Su propietario era un hombre, generalmente, reconocido por su honestidad, solvente y comúnmente solicitado para destacarse en cargos de importancia como los de alcalde o juez de paz.
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El escritor Ambrosio Althaparro, quien con buen criterio, ha prologado sus notas haciendo hincapié en que él sólo relata lo que ha visto para no guiarse por habladurías, dice que por el 1880: "La esquina abarcaba los ramos de almacén, tienda, ferretería, corralón, algo de farmacia, etc; y dentro de estas líneas generales, su surtido y volumen de negocios variaba mucho de acuerdo al capital invertido". Continúa diciendo el autor de "De mi pago y de mi tiempo" : "Solía haber peluquería, taller de carpintería, de herrería, etc. Vi muy de cerca una esquina en la que además de todas esas dependencias, y demostrando el espíritu emprendedor de sus dueños, tenía panadería; se hacían jarabes -horchata y limonada- y se elaboraba tabaco...". Como podemos observar, se trataba de un lugar donde el hombre de campo acudía para adquirir todo aquello que necesitara para su vida diaria e inclusive contratar servicios.
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En otro plano se encontraba "la pulpería", donde las diferencias partían ya desde las características de su propietario, quién lejos de ser un hombre honesto y de reconocida reputación, era una persona que tenía su negocio para atraer a la clientela aficionada al juego y al alcohol. El pulpero, al decir de Althaparro; era coimero en "la taba", usurero en los préstamos prendarios y vendía mercadería falsificada.
Allí se expendía "caña" en gran cantidad y otras bebidas entre las que figuraban algunas damajuanas de vino, que no era tan popular en aquellos tiempos por ser escasa su producción a nivel nacional. También se podía "alzar" tabaco, alpargatas o alguna otra prenda, productos de talabartería y muy pocos comestibles. "La pulpería" era lugar de hombres y el juego era la principal actividad, entre ellos eran preferidos; las cartas; la taba; las carreras "cuadreras", las "riñas de gallos" y las corridas de "la sortija".
Allí se expendía "caña" en gran cantidad y otras bebidas entre las que figuraban algunas damajuanas de vino, que no era tan popular en aquellos tiempos por ser escasa su producción a nivel nacional. También se podía "alzar" tabaco, alpargatas o alguna otra prenda, productos de talabartería y muy pocos comestibles. "La pulpería" era lugar de hombres y el juego era la principal actividad, entre ellos eran preferidos; las cartas; la taba; las carreras "cuadreras", las "riñas de gallos" y las corridas de "la sortija".
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Cunninghame Graham relata: "Llegaban transeúntes que saludaban al entrar, bebían en silencio y volvían a irse, tocándose el ala del sombrero al salir; otros se engolfaban al punto con conversación sobre alguna revolución que parecía inevitable u otros temas del campo. En ocaciones sobrevenían riñas a consecuencia de alguna disputa, o bien sucedía que dos reconocidos valientes se retaran a primera sangre, tocándole pagar el vino o cosa parecida al que perdiera".
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Todas estas son manifestaciones irrefutables de una vida social muy particular en la que se destacaba la camaradería entre los parroquianos (no eran comunes las peleas). El gaucho en pocas ocasiones bebía solo, era un bebedor social, quería estar acompañado y si para eso era necesario "dar vuelta el tirador", no tenía reparos en convidar la vuelta.
Principiaba el siglo y la vida moderna comenzaba a mellar el protagonismo de estas verdaderas instituciones rurales. Las "esquinas" fueron perdiendo vigencia a medida que se extendieron los pueblos a lo largo del ferrocarril, según Althaparro: "su verdadero enemigo".
Principiaba el siglo y la vida moderna comenzaba a mellar el protagonismo de estas verdaderas instituciones rurales. Las "esquinas" fueron perdiendo vigencia a medida que se extendieron los pueblos a lo largo del ferrocarril, según Althaparro: "su verdadero enemigo".
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La fundación de pueblos a junto a las vías hacían que la gente se decidiera a acercarse a ellos para realizar sus compras, las que por lógica conseguían hacer a mejores precios. Sin dudas el pueblo ofrecía otras ventajas al margen del aprovisionamiento; la relación con otras personas; salones de reunión y la estación del tren, un lugar de increíble atractivo donde se desarrollaba gran parte de la vida social de los lugareños.
Las "esquinas" cercanas a estas poblaciones se fueron transformando en "almacenes" y hoy las podemos ver, como testigos apenas vivos de aquel tiempo pasado, con mesas de "billar" y "metegol" incluidos.
Las "esquinas" cercanas a estas poblaciones se fueron transformando en "almacenes" y hoy las podemos ver, como testigos apenas vivos de aquel tiempo pasado, con mesas de "billar" y "metegol" incluidos.
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Texto: Raul Oscar Finucci, Director del periódico “EL TRADICIONAL”
Imagen: Carlos Cordaro
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